Se vive tan deprisa, que a veces la conclusión llega antes
que la historia y si veinte años no son nada, sesenta tampoco. Se lo puedo
asegurar. Y cuando se escribe de manera intergeneracional todo tiene que tener
una explicación. El otro día, hablando con un amigo sobre Aylan, símbolo niño
del éxodo sirio, le comenté que era un parecido razonable con el caso de Elian
González, o Eliancito, y me asombró su respuesta: “Quién es Elian”. No
recordaba nada de aquella historia. Este amigo tiene poco más de treinta años y
le entendí rápido en cuanto subí a esa otra mente científica que todos tenemos,
menos literaria, en la que echas cuentas y enseguida bajas a la realidad: En la
época en la que el “caso Elian” era portada de todos los periódicos del mundo,
allá en los comienzos del milenio, mi interlocutor no alcanzaría siquiera los
quince años, y con esa edad su vida transcurriría con normalidad y su mayor
anhelo lo ocuparía el intento por colarse en alguna de aquellas discotecas para
las que había que contar con dieciocho. Mi amigo no tiene la culpa, quizá
recordara hechos anteriores o posteriores, pero con quince enamoradizos años...
Además, aún era pronto para estar en las redes y leer blogs o periódicos
digitales de los que disfrutamos en la actualidad y que, por suerte, hoy algunos
profesores los enseñan en las aulas. Pero acabemos: La reflexión la hicimos al
comienzo de este artículo y no es otra que “se vive tan deprisa, que lo que
para alguien de sesenta es una noticia de ese ayer reciente, para uno de
treinta es un hecho desconocido”. Ahora vamos a la historia de ese ayer: Elian,
con siete años, como si fuera un alter
ego vivo de Aylan, fue encontrado a la deriva en una patera en las costas
de Florida. En principio iba acompañado de su madre, pero la suerte se había
aliado con él mientras ella había desaparecido bajo las aguas. ¡Vaya suerte el
pobre! Los familiares de Miami lo acogieron, pero al reclamarlo el padre, que
se había quedado en Cuba, hubo un conflicto diplomático en las más altas
instancias: Se trataba de valorar qué era más importante, si los deseos de su
madre muerta en buscarle un futuro mejor, o los deseos de su padre vivo de que
volviera a la isla, pues a él nadie le había pedido autorización para su marcha.
Y más importante aún: ¡Quién se atrevía a decirle a Fidel que la educación en
los ideales de la Revolución eran peores que los que le ofrecía el Capitalismo
yanqui! Al final, primaron los intereses de la mayor parentela y el niño hubo
de ser devuelto a Cuba. Del momento de la entrega de Elian quedó constancia
gráfica cuando la Policía americana, ametralladora en mano, tuvo que arrancarlo
de los brazos de los familiares maternos. La fotografía, con los ojos del niño
llenos de terror, fue premiada con el Premio Pulitzer, al igual que lo será la
instantánea de Aylan.
En www.salamancartvaldia.com tenéis mi artículo del martes 22/9/2015.
Acompañadme:
Título: "¡Bienvenido, Osama!".
Y lo mismo pasará dentro de 4 días con el caso de Aylan.
ResponderEliminarNo sabremos ni quien era el tal Aylan.