Se cumplen estos días el octogésimo aniversario de aquellas dos
grandes divas del cine europeo que en la España del franquismo partían el alma
de los españoles. No valía aquello de decir “a mí me gustan las dos”. No. Si tú
eras de Brigitte Bardot, al tiempo no podías ser de Sophia Loren, como no
podías ser de Di Stéfano y a la vez de Kubala, pero esto último es una
profanación incomparable con la belleza de las diosas. Claro, todo ello
apartando a la “ambición rubia” Marilyn, un icono que me la descubrió un cura
preguntándome si alguna vez pequé con ella, y aparcar también a “la gata de los
ojos verdes”, Liz Taylor, y la pregunta era: ¿qué tenían aquellas dos mujeres?
Los niños nacíamos tomando partido.
Ellas tenían entonces veinte años y cuando tuvimos uso de razón, con 7 u 8
años, cumplían 28, pero ¿qué nos pasaba? ¿No habíamos tomado suficiente “pelargón”?
Ambas voluptuosas, también en su rostro llevaban impresas todas las curvas que
pueda tener una mujer. Pero la época no era como para que nos dejaran colgar
los posters en las habitaciones, ¡no lo hacían ni en la cárcel!, sin remedio
había que llevarlas en la mente. Así, en los internados, como eran pecado
mortal, cosa en la que hoy estoy de acuerdo, salían del redil y pasaban a
formar parte de nuestro mundo ateo, ése del que no queríamos apostatar, aunque
lo confesábamos con un propósito de enmienda que nos duraba desde el
confesionario hasta la salida del templo. Después, crecías y no te fijabas
demasiado en las niñas, puesto que las niñas llevaban trenzas y calcetines,
además de jugar con muñequitas muy raras para ti. Tú, desde tu tierna edad,
tenías un ideal de mujer y en ese ideal ibas a ir incorporando poco a poco a
otras muchas. Pero antes de hablar de ellas, digamos que amamos a Sophia tanto
como odiamos a Marcello Mastronianne, o a Brigitte tanto como repudiamos a
Roger Vadim. Pero a ellas se lo perdonábamos todo. Nunca nos importó si la
Bardot era rubia natural o de bote, o por qué Sophia se echó un marido feo como
Ponti. Al contrario, esto último era un signo de esperanza de que alguien tan
bella se pudiera enamorar de ti. Y pisándoles los talones, sin llegar a su
altura, o sí, las siguieron Claudia Cardinale, el encanto; Gina Lollobrígida,
la mirada; Ursula Anderss, el bello
rostro angular; Marisa Mell, ojazos; Jane Fonda, el encanto de la rebeldía; Natalie
Wood, la naturalidad; Raquell Wesh, todo; Barbara Streisand, el misterio…
¡Felicidades!
En www.salamancartvaldia.com tenéis mi artículo de hoy martes.
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Título: ¡Un escándalo tapa otro!
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