viernes, 20 de junio de 2014

AYER RECIBÍ TU CARTA

Hace unos días el excelente escritor Francisco Blanco Prieto escribía sobre la onerosa pérdida de aquella bendita costumbre de escribir cartas, o sea, del “ayer recibí tu carta”. ¿Por qué debía de acabarse?

Estos días, sumergido en la lectura de la vida y obra del “Gaudí de la Filología”, Ramón Menéndez Pidal, tuve la satisfacción de entrar en aquel mundo del 98 en el que todos estaban entre todos a través de la correspondencia. 

Cartas con tal exquisitez que no era creíble que se dirigieran a amigos con quienes acababas de tomar un café. Pero así transcurría la vida. No había televisión y tampoco hacía falta. Si la conversación no había quedado suficientemente clara, tomabas la pluma, no el bolígrafo, que hubiera sido una vulgaridad para la época, y sellabas tu pensamiento para que quedara en tierra firme y no se formaran tifones por una opinión de urgencia. 

Era la carta. Es la carta. Sobre todo cuando entras en ese mundo y te codeas con Rubén Darío, Juan Varela, Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez, Menéndez Pelayo, Unamuno, y tantos otros insignes como Ramón Menéndez Pidal. ¡Qué vida tan envidiable!

Hoy, viernes, 20 de junio de 2014, se recordará a don Ramón en el Ateneo de Salamanca. Y la pregunta es clara: ¿Cómo condensar una vida tan densa y centenaria? ¿Saliendo a la calle con un micrófono? “¿Qué le parece Pidal, amigo?” “No jugó del todo mal”, contestaría alguno para que no le llamaran ignorante en su ignorancia.


Somos conscientes de que necesitaríamos una semana de ponencias en la que deberían sentarse los estudiosos más insignes de la Lengua. Y para que los estudiantes desbordaran la sala, se habría de conceder algún que otro crédito. Y no estamos para dispendios.

Hoy quien quiera disfrutar en el Ateneo de los poemas de su sobrina Enriqueta o escuchar una semblanza de don Ramón, se llevará la satisfacción de un recuerdo que nos trasladará a la atmósfera de fines del XIX y principios del XX. Una España lejana pero entrañable, donde el espíritu era carne en las cartas. Herían, te mojaban en sangre o lágrimas, te abrazaban, llevaban esencias. ¡Qué tiempos que se fueron!

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