En el plano teórico, siempre valoré el mal llamado trabajo
de la mujer, etimológicamente infame cuando debería llamarse tareas de la
casa y así acabar con los prejuicios de género y levantar esa losa soportada
por la mujer de que un par de tetas, ante un ataque de los lobos, eran menos capaces para salir de estampida, que
un par de “cojos”, digo nones.
Aquello ya pasó hace muchos años y ahora el lobo del que la
mujer tiene que correr quizá sea de su
propio hombre, pues cada mujer no puede esperar hasta que pierdan
testosterona 3.500 millones de varones que pueblan la Tierra, aunque sí lo
pueda conseguir individualmente con su marido y sus hijos.
Con esto yo no quiero enfrentar a nadie ni capar el orgullo de
ningún varón, pues aquí no hablamos de bardaje, pero sí es obligado someterse
sin recelos a la práctica de compartir tareas para repartir mejor el tiempo
libre.
Seamos conscientes de que es difícil, ya que aún perdura
cierto estigma contra cualquier varón que hable de las tareas de la casa, ¡y
estamos en el tercer milenio! Para muchos es considerado un asunto menor, sin
pararse a pensar, egoístamente, que es un deber y no es ningún chollo, ni
cuenta para nada, ni termina nunca, y todo es susceptible de mejora.
Tan poco cuentan aún estas tareas para muchos, que,
permitidme una broma: caso de pillar a un parado unos inspectores de trabajo realizando las labores de la casa, conscientes de que las
acomete en negro, le saludarían con “cachondeo”: “¿Qué… barriendo tu casita...?”.
Sin pecar de optimismo, afortunadamente por la fuerza de las leyes, nos dirigimos hacia
el término neutro de “persona”, pero aún hay mucho camino
por andar para acabar con la fuerza de la costumbre.
En www.salamancartv.com
está colgado en ‘opinión/blogs’ del pasado martes un artículo mío titulado “Los
austrolopitecus”, por Fernando Robustillo, que le gustará si le interesa el
tema.
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