Ridículamente, en los seminarios se jugaba al fútbol con sotana, y quienes éramos unos simples monaguillos tocábamos la pelota hasta minutos antes de la misa, a la que asistíamos todo sudorosos. En pocas palabras, el fútbol y la religión nunca se llevaron mal.
Pero bueno, ya toca que contemos lo del mensaje. Así, año
tras año, el prefecto de la Congregación nos visitaba y nos dejaba un mensaje
para preguntárnoslo en la visita del año siguiente. Todo un capital, puesto que
con aquella frase se podía conseguir una bolsa de caramelos.
Llegado el momento y con el mensaje a piel de labios, el prefecto pregunta: “Vamos a ver, quién recuerda el encargo que os dejé el año pasado”. ¡Qué desmoralizador! ¡Toda la clase levantó la mano! “Así me gusta”, dijo el prefecto ahondando en la herida. “No os preocupéis, que vamos a repartir la bolsa entre todos los que digáis bien el mensaje”. Y ya que estábamos allí, mejor era un caramelo que nada. “Vamos a ver, aquel de los pelos de punta” –señalaba hacia mí. “Diga usted la frase”. Sí, respondí exorcizado, como si tuviera una acumulación de gas en las vías altas: “La ciencia bien entendida es que el hombre en gracia cabe, pues al fin de la jornada aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”. “Bien, muy bien, continuamos…”. Sentí frustración, como si me hubieran engañado.
Pero no por aquello, pasado los años, tenga nada contra los curas y las monjas en general. Bueno, sí, que deberían quedarse en casa en periodos electorales y, si no, aprender del Papa Bergoglio, que su santidad sabe votar con uve y con be, además deben caminar hacia la autogestión y, por supuesto, mejorar el sentido del humor, pues son muy sensibles a las críticas religiosas...
Llegado el momento y con el mensaje a piel de labios, el prefecto pregunta: “Vamos a ver, quién recuerda el encargo que os dejé el año pasado”. ¡Qué desmoralizador! ¡Toda la clase levantó la mano! “Así me gusta”, dijo el prefecto ahondando en la herida. “No os preocupéis, que vamos a repartir la bolsa entre todos los que digáis bien el mensaje”. Y ya que estábamos allí, mejor era un caramelo que nada. “Vamos a ver, aquel de los pelos de punta” –señalaba hacia mí. “Diga usted la frase”. Sí, respondí exorcizado, como si tuviera una acumulación de gas en las vías altas: “La ciencia bien entendida es que el hombre en gracia cabe, pues al fin de la jornada aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”. “Bien, muy bien, continuamos…”. Sentí frustración, como si me hubieran engañado.
Pero no por aquello, pasado los años, tenga nada contra los curas y las monjas en general. Bueno, sí, que deberían quedarse en casa en periodos electorales y, si no, aprender del Papa Bergoglio, que su santidad sabe votar con uve y con be, además deben caminar hacia la autogestión y, por supuesto, mejorar el sentido del humor, pues son muy sensibles a las críticas religiosas...
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