sábado, 20 de julio de 2013
MI VERDADERA BIOGRAFÍA
Para atender esa voraz necesidad de las redes sociales de
conocer mi biografía, lo que fui lo que soy y lo que seré, me apresto a dejar
aquí mi historia y sean ellos quienes la organicen. No sé si la pedirán de
tiempos pretéritos, de cuando compartí cárcel con Cervantes y contéle mis correrías
como caballero andante, que es cosa sabida que, aprovechándose, pasados los
tiempos fue inmensamente rico y, pobre de mí, que de tan pobre como era no me
quisieron ni en el infierno. Por una errata, de la que hice constancia en el
libro de reclamaciones, el Nuevo Testamento estaba equivocado y en lugar de consignar
que ningún pobre entraría en el reino de los cielos, dijeron que ningún rico, y,
consecuencia de ello, en el purgatorio me dieron a elegir para purgar la pena
de mi pobreza, echar leña al fuego o bajar de nuevo a la tierra para
purificarme. Elegí la segunda y cuando nací de nuevo, a mediados de los años
cincuenta del anterior siglo, en el paritorio le dijeron a mi madre: “Enhorabuena,
señora, usted ha tenido un linotipista”. Nadie puso atención a aquello. Era un
niño, un niño precoz: a los siete años dejé de fumar y a los nueve de beber. En
la escuela era un talento, sabía de números mucho más que Bárcenas, pero mi
destino estaba escrito: yo sería linotipista, aquello que nadie conocía estaba
asignado para mí. Y cuantas veces quise dejar el oficio, no por falta de
aprecio, sino por tóxico, todo el mundo me decía: “tú no puedes, eres el mejor”.
Hasta llegar el día en el que se acabaron las linotipias y cuando me reciclé
hacia otras labores, algún "baranda" decía: “es que tú tienes mentalidad de
linotipista”. Y me volví loco y volví loco a los psiquiatras: yo quería saber
qué era eso de mentalidad de linotipista para vacunarme pero ninguno conocía la
respuesta. Por tanto, comencé a psicoanalizarme. Me di cuenta que había sido un
copista del siglo XX, un prostituto que había copiado cuantas mentiras y
bajezas se le habían ocurrido publicar a individuos que se llamaban escritores,
algo que no me podía negar a hacer puesto que tenía la mala costumbre de comer
tres veces al día. Es por ello que mi alma no estaba pura, así que inspirado
por ese tanto por ciento de lecturas aprovechables y el ADN que aún conservaba
de mi época de caballero andante, tomé la escritura como una adicción, que
seguro estoy la volverán a castigar allá arriba por no haberme hecho
protestante.
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