LA SALAMANCA QUE PERECE
No tengo ni la más remota idea de los pormenores que han dado al traste con noventa años de historia de la Unión Deportiva Salamanca. No miento cuando digo pormenores, porque sí tengo el suficiente conocimiento de lo que ocurre al fútbol español cuando deja de jugar en la élite, esa cima hacia donde todos quieren llegar y que una vez coronada se convierte en el escaparate de jugadores, técnicos y directivos. Es un lugar donde el dinero llega por distintos canales, sobre todo por los de televisión, pero cuando el equipo pierde la categoría y vuelve a la inferior se puede permitir tomarlo como un año de barbecho, pero si el tiempo se prolonga, el haber estado en Primera, donde todos han cobrado, se han revalorizado y a la vez se acometieron fichajes en consonancia con la categoría, ese viaje en “bussines” puede salir demasiado caro. Ya digo que mi conocimiento de lo que ha ocurrido en la Unión puede ser superficial y me lo callo, aunque sí es posible que haya faltado diálogo. Recuerdo que en el año 1984 algunos compañeros de La Gaceta, incluido el gerente de aquella época, nos reuníamos un par de veces al mes para echar una pachanga de futbito. Se hacía de manera informal, lo justo para transpirar un rato y estrechar lazos de amistad, pues ya se sabe que en la mesa y en el juego se conoce al compañero. El gran D’Alessandro, recién retirado de la UDS, tenía ganas de fútbol y se mezclaba entre nosotros para no perder la forma. Por supuesto, como casi todos los porteros, en partidos de aficionados les gusta ser jugadores de campo y él no era una excepción. No se me olvida que con su corpulencia y velocidad, en tres pasos se cruzaba el campo. En tres pasos y en cientos de palabras. Yo que estaba en su equipo apenas podía descifrar su jerga porteña, pero sí lo conseguía por el tono: “no seas boludo, suelta rápido, toma la segunda carrera, es mía, todos para arriba, uno atrás…”. Daba gusto, no tenías más que obedecer. Enseguida comprendí por qué había sido un formidable portero, de esos que saben colocar al equipo en todo momento, y con D’Alessandro estuvimos una larga etapa en Primera. El segundo caso al que quiero referirme es el del paso de Lillo por la Unión Deportiva Salamanca. Un caso parecido a D’Alessandro pero en el quehacer de entrenador. Y habrá quien diga que Lillo era un charlatán, pero no, su lenguaje no era hueco, más que un charlatán era un filósofo del fútbol, se expresaba con un conocimiento profundo y nadie puede decir de él que era un demagogo. Fue el hombre que en dos años consecutivos llevó a la Unión desde la Segunda B a Primera. Ahora me quedaría hablar de los directivos y aquí, en este momento tan crucial para la Unión, vuelvo decir que, en mi opinión, quizá haya faltado diálogo.
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