jueves, 20 de junio de 2013

STOP-DESAHUCIOS

Andaba yo en el paro junto a uno de esos amigos entrañables que acabas de conocer, y nuestra afinidad se deja ver a los dos minutos de conversación. Hacemos un repaso a la sociedad y rápido coincidimos que las cosas ya no son tan obvias. Mi amigo es más abierto que yo y no le importa hablar de sus problemas con toda claridad. Me comenta que días atrás fue al banco a realizar una operación y el empleado le hizo una serie de preguntas: ¿Tiene usted vivienda? No –le contestó mi amigo. ¿Y hipoteca? No –le volvió a contestar. Pero como mi amigo es avispado, enseguida reparó que la respuesta del banquero no tenía lógica y se lo preguntó: ¿Cómo voy a tener hipoteca si no tengo piso? –¡Ay, amigo, si yo le contara! ¿Usted no lee la prensa? –Sí, pero no veo claro que quien no tenga piso tenga que tener hipoteca. Se le acercó el empleado al oído y, como sintiendo vergüenza, le respondió: –Aquí hay clientes sin piso y con hipoteca porque en aquel despacho le han quitado el piso y en ese otro le han echado la bronca por entregar el piso con dos habitaciones de menos, e incluso le han echado una multa por la diferencia. –¿Y se quedan así, tan panchos?, preguntó mi amigo. –Ayer un hombre, –continuó el banquero– dijo que eso era mentira y, claro, le mandaron a los guardias. Y así, de manera civilizada, ese cliente y muchos más comenzaron a pagar su hipoteca. Ahora el gran problema del banco está en conocer dónde mandan los recibos. –Pero los señores de esos despachos no parecen malas personas..., insinuó mi amigo. –No, por supuesto, no lo parecen, son gente que se cuidan. No como antes, que tenían barriga y fumaban puros, pero ahora está prohibido. –¿Y tú no sabías nada de eso? ¿No has oído hablar de Stop-Desahucios?, le pregunto a mi amigo. –Sí, de Stop-Desahucios habla todo el mundo, pero yo ese problema no lo voy a tener nunca. Cuando era joven me quise comprar una vivienda y por tener un trabajo en precario nunca me concedieron la hipoteca; después, en los primeros años del nuevo siglo, me llamaban a casa todos los días y casi me pedían perdón por no habérmela concedido. “Lo que usted quiera”, me decían “y si necesita para los muebles, también”. Pero para entonces, harta de esperar, ya me había dejado mi novia. Ahora, con sesenta, vivo con mi madre. –¿Y la vida laboral la tiene resuelta?, le pregunto. –Mi Vida Laboral es un libro, por ello voy a recogerla a la Seguridad Social. No me la mandan a casa. (Felicidades a Stop-Desahucios por el Premio a la Solidaridad que próximamente le dará la Asociación Tierno Galván).

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