Que Cáritas es un valor en alza lo sabe todo el mundo, y que
sea un alza deficitaria, también. La incongruencia de Cáritas la podemos
comparar con lo que ocurriría si barremos un desierto de arena. Sería un
barrido permanente. Pero ahí está: a merced de las dunas o de las donaciones. Y
no mal situada en un país como España, que quizá y “sin quizá” sea de los
países más altruistas del mundo. En Salamanca, Cáritas, por esos caprichos del
destino, está justo enfrente del ampuloso edificio de Hacienda. Pero con toda
seguridad, quien se acerca a Cáritas, ni por equivocación entra en Hacienda,
que bien sabe el pobre que los muy ricos son ricos más por llevar cocodrilos en
los bolsillos que por generosidad. Y esto es sabiduría popular, no lo
corroboran las estadísticas. Lo que sí reflejan éstas es que una persona que en
la actualidad visita Cáritas quizá fue víctima del efecto dominó por
impaciencia o por engancharse al carro: echó a un trabajador, a un segundo, un
tercero y así sucesivamente hasta quedarse solo, y si antes era alguien por
tener una empresa, después lo abandonaron hasta los banqueros, y hoy le rehúyen
hasta los compañeros de los comedores sociales por pesado, por decir que él no
es un pobre como el resto, sino un pobre de primera.
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