miércoles, 10 de abril de 2013
IMPOSIBLE DEJAR DE QUERERTE
Si todo español que conoció a Sara Montiel en su esplendor tuviera
que decir una palabra que la definiera, ganaría la de exuberante. Sara no nació
para pasar desapercibida. Su belleza, en la España de blanco y negro, era un pecado
disoluto y esto lo sabían los curas bajo secreto de confesión. Su nombre, de
Antonia Abad a Sara Montiel, la catapultó aún más hacia los cielos del arte, y
para bajar un poco su hermosura y colocarle calcetines cortos se le terminó
llamando Sarita, como si alguien creyera que reducir a niña la sensualidad de sus
labios, la arrogancia de sus cachetes o la irresistible sonrisa de su pícara mirada fuera posible.
¡Qué ojos! Y no hablamos de escote abajo para no recordar un tiempo donde
estaba prohibida. Todo un capital que no pudo sustraerse a los ojos de
Hollywood y entre México y Los Ángeles pasó varios años de su vida. Sus vueltas
a España eran recogidas por el NO-DO, y especialmente habrá quien la recuerde
en un reportaje que le hizo la revista Fotogramas, donde a doble página, tumbada
como una faraona, lucía su erótica figura en el cénit de su madurez. Eran aquellos
tiempos en los que Sarita, convertida en Sara, vivía en la casa de su amigo-hermano Vicente Parra, una amistad
entrañable de hormonas incompatibles. Pero Sara el amor lo vivió con intensidad
y a veces con frivolidad, y lo mismo tuvo a su lado un padre sobrio para sus
hijos, a quien logró que todos le respetaran como Pepe, Pepe Tous, o nos puso
un cubano de más en su vida, y por cierto nada serio. Se nos ha ido aquella gran
artista que sabía mentir con gracia e inteligencia y que ahora, desgraciadamente,
es un mito que pasará por el purgatorio de Tele5.
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