miércoles, 6 de marzo de 2013

SESENTÓN Y SEXENTÓN

Cuando te caen los sesenta y te conviertes en sesentón (actúas más con el seso que con los instintos) recuerdas con nostalgia aquellos lejanos treinta cuando eras un sexentón sin propósito de enmienda. Ahora es como el tiempo: “Se ven en el horizonte deseos de mejora y si todo sigue así, como se vislumbra, mañana se esperan precipitaciones, aunque habrá que contar con que no se impongan los aires de poniente, si es así habrá que respetarlos”. Pero esto es una broma mientras haya días soleados y algún que otro eclipse de luna o de sol, que son como la hora sin cámaras que piden los grandes hermanos. Por tanto, si todo continúa igual, adiós a la nostalgia: no cambio mi experiencia por mayor vitalidad. A esta edad, con una memoria entrenada y aprovechada, sabes cómo piensan los veinteañeros, treintañeros, cuarentones y cincuentones, y esto te da una solvencia que si no llegas a los sesenta te la pierdes. Lo único que no comprendes del todo, hasta que no te das cuenta que eres el sexo débil, es la manera de pensar de las mujeres. Esto no es coba ni topicazo, es pura realidad. Si los hombres tuviéramos que dar a luz, el paro ya estaba erradicado. Y sé otras muchas cosas; por ejemplo, que lo único que necesita el ser humano para ser feliz es salud y poesía. Todo lo explicable e inexplicable de la vida es poesía y si atemperamos el ánimo con su lectura o creación, los bienes sólo tienen un precio: el necesario para vivir. Por último, el amor de la familia, la amistad y saber que no tiene por qué quererte todo el mundo son valores imprescindibles para llegar a los sesenta moderadamente feliz. Y quien aparte de todo lo dicho, tenga ideas que mejoran la sociedad desde la política o la religión, llámese Cáritas, entonces debe vivir como si fuera a durar toda la vida. Gracias por esas felicitaciones tan merecidas.

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