Hay días que es mejor no abrir el correo. No el electrónico, sino el físico, ése para el buzoneo, las cartas de los bancos y multas. Y de esto último quiero hablarles: de ese dolor que te recorre el cuerpo como tú recorriste un tramo, limitado a 120 Km/h, hasta trece kilómetros por encima de esa cifra, y sin ni siquiera darte cuenta, sin disfrutar de ello. ¡Y no hay tu tía!, me adjuntan una fotografía tan nítida, que parece me la hayan sacado con el vehículo parado. En fin, qué se le va a hacer, habrá que abonarla. Dejo la carta, tomo el periódico y ¡vaya por Dios!, un juez quiere enchironar al anterior mandamás de la CEOE por presunto ladrón. Hablamos de Díaz-Ferrán, aquel visionario de la Economía que nos torturaba con aquellas profecías, sin ninguna base científica, de que los problemas financieros se resolvían en cuanto se hiciera una reforma laboral profunda, flexible y cortando de raíz. ¿Y ahora debo de alegrarme? No. Yo no me alegro de que metan a nadie en la cárcel y para mi problema de la multa esto no es ningún consuelo, aunque sí quiero que devuelva todo el dinero que se haya llevado para que en Tráfico levanten el pie del acelerador y no sean tan estrictos a la hora de sancionar. Además, este señor ha dejado a los buenos empresarios con la boca cerrada, pues a ver cómo explican ellos a sus operarios que están tan orgullosos de su exjefe Díaz-Ferrán como los trabajadores lo están de su homónimo Marcelino Camacho, aquel honesto sindicalista que se quitaba el frío de la cárcel con los jerseys de punto que le hacía su mujer, y que luchó hasta el fin de sus días por conservar esa catedral de derechos que se tardó treinta y cinco años en levantar y que en un rato, en un fatídico día de este año que se nos va, la volaron los amigos del "feibu" del señor Ferrán.
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