La recuperación de la dignidad perdida con la Reforma Laboral debería ser el único empeño en el que tendrían que coincidir los trabajadores en general. Una Reforma que fue producto de una falacia. ¿O es que nadie se acuerda de aquel pretendido enfrentamiento entre los que tenían trabajo y los que no? Ahora no vale de nada la lucha contra la ley de tasas, contra la ley de sanidad, contra la ley de educación, contra la reforma del paro, contra la pérdida de la paga extra, etc., pues la situación de precariedad en la que se encuentran los trabajadores es un símil de aquellas peleas de chavales con el amiguete tumbado bocabajo y al que, con el brazo retorcido en la espalda, le preguntabas: ¿Quién es el más “maricón” de todos? Indudablemente, la contestación era “yo”. ¿Quién se va a ventilar a tu prima? Apretabas el brazo y la contestación no se hacía esperar: “tú”. Y así le sacabas todo cuanto querías. Ahora que tenemos el brazo retorcido por la Reforma, te meten la ley de tasas, la reforma del paro, la ley de sanidad, lo que sea, que tú, con tal de que no te lo retuercen más, aunque chilles, lo consentirás todo. La gente preferirá implicarse lo menos posible, no sea que se le vaya a aparecer la Virgen de Fátima Báñez y le ponga de patitas en la calle. Desgraciadamente es la hora de los parados, amas de casa, jubilados o indignados a jornada partida, pero no tanto de los trabajadores en activo. La Reforma iba a servir para que los trabajadores con empleo no se creyeran intocables y así asegurar a quienes no tenían trabajo que con un despido barato se flexibilizaría el mercado laboral. Alguien quiso que los jóvenes vieran la Reforma como borrón y cuenta nueva, como una oportunidad de que el empleo se subastaría entre empleados y parados y la única apuesta sería la capacidad. Y para ellos, que eran la generación de jóvenes mejor preparada, el mundo del trabajo daría la vuelta para favorecerles. Hoy, estos jóvenes, engañados, y con su padre despedido y en la misma situación de paro que ellos, andan dándose latigazos por haberse creído el cuento. La RL no sólo no ha cumplido aquellas aberrantes expectativas que se ofrecían a los jóvenes, sino que en ocho meses deja un balance de 900.000 parados más y otros 400.000 jóvenes emigrados, no crea empleos ni de temporada y deja al restante 75% del mercado laboral absolutamente “acojonado”. Así, cuando le han preguntado a la señora ministra doña Soraya Sáenz de Santa María por el mayor logro de estos meses de desgobierno, en un alarde de sinceridad contesta: “LA FLEXIBILIDAD”. (¡Qué decepción! Yo estaba aún en que aquello fue una equivocación; es decir, que al intentar hacer una Reforma Financiera, RF, la culpable de la crisis, sin darse cuenta se había hecho una Reforma Laboral, RL).
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