jueves, 1 de noviembre de 2012

El testigo

Un amigo mío, que trabaja en la mayor empresa de España –si no cae, le diré que trabaja en el INEM–, con un contrato de dos años,  me cuenta que nunca  hubiera soñado que en la etapa final de su vida laboral trabajaría de psicólogo aficionado. A él le gusta llegar pronto a la oficina, y aunque son tantos y es difícil conocer a todos los compañeros, al menos sabe distinguir al primerizo: Un  individuo que generalmente aún espera que le toque la lotería para urdir una venganza: “cachin diez, me tenía que tocar algo”. Aquí mi amigo le pide paciencia y le dice que si no se ha desahogado antes, ya es tarde. Me comenta que entre los primerizos existe mucha inocencia. Ha tenido casos que no saben explicar ni por qué los despidieron y divagan: “Es que no sé, a no ser que fuera por un día que me pilló cantando”. ¿Y qué cantabas, alma Dios? “No recuerdo bien, creo que fue aquélla de ‘nunca debiste hacerme eso a mí…’”. Pero por eso… “Bueno, también me llamaron por teléfono y tenía el tono del Barça y mi jefe es del Madrid”. ¿Te dijo algo? “Sí, que no lo quería volver a escuchar”. Pero cómo te va a echar por eso… “Sí, por acumulación de faltas”. ¡Vaya por Dios! Pero no me casa, será por algo más, ¿recuerdas?... “Sí, ahora recuerdo, cierto día mi jefe me dijo que tenía que ir a testificar contra un compañero”. ¿Y tú qué hiciste? ¿Te preparaste? “Sí. Pero lo malo fue que me confundí y testifiqué a favor de él”. ¡Ah!, amigo, eso sí es grave. No me cuentes más. ¿El compañero está aún en la empresa? “Sí, por supuesto”. Pues de eso yo me alegro, ¡le hubieras machacado! Te deseo suerte. Algunos os creéis inmunes, pensáis que ciertas cosas no os van a ocurrir nunca. (Todo parecido con la realidad es mera coincidencia. La confusión sólo se da en las películas).

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