Me decía un amigo, de éstos que son buenas personas en el fondo y en las formas, que cada día se habla peor, decir de alguien “hijoputa” es como una mojigatería. Por supuesto que mi amigo llevaba razón, pero yo le hacía comprender que el insulto no es lo peor, que insulto hoy día son otras cosas más entroncadas con el abuso. Y son tantos los abusos, que ese término de “hijode” ha quedado descafeinado, y no digo que no los haya, pero sí, deberíamos corregir un poco el lenguaje antes de que el Sr. Gallardón nos lo imponga por decreto. Busquemos términos más suaves. Por ejemplo, “flipado”, “crápula”, “berzas”, “besugo”, “bicho”, “buitre”, “cabrito”, “colilla”, “engendro”, “gorila”… ¡Vale ya! Calla, calla, interrumpo a mi amigo: ¿No crees que así va a ser peor? ¿No te das cuenta que ahora con ese insulto, que es como un comodín, ya nadie piensa más allá y hasta que asimilaran todos estos términos va a haber mucho conflicto? “Sí, te tengo que dar la razón”, asiente mi amigo. Entonces que no se lo tomen a mal quienes dan el perfil porque se les va a seguir llamando así por su bien, pero con menos frecuencia. “Eso sí, eso está mejor”, me contesta. Así que, de aquí en adelante, habrá que leer los comentarios de Internet con naturalidad, y habrá que comunicarlo a los árbitros de fútbol y a todos esos que os vienen a la cabeza. Esta palabra compuesta se va a tratar de manera amigable, agarrando al hombro con cariño al causante de alguna “putadina” y decirle: “jodío, qué hijoputa más majo eres”. Pero todo sin que se pierda la sonrisa. Y los que “semos” más civilizados volvamos al “gilipuertas”. Perdonadme si no os ha gustado, pero es la noche de Halloween y salen afuera todos los demonios.
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