El pelo se me cae “pero no tiene remedio”, diría Serrat. En mi tiempo, en aquellos setenta en los que conquistabas por los pelos, es decir, lo normal, como el IBEX35, digo que en aquellos años cuando escuchabas a alguien decir que “a los cien años todos calvos”, tú pensabas que con llegar a los cincuenta con pelo te conformabas. Ahora, superada esa montaña, de años, digo, no de pelo, lo único que deseas es que el poco pelo que te queda que se caiga, pero que no te lo tomen. Y yo no he sido de usar muchos potingues, pero sí de aceptar los consejos de buen grado, o, por si acaso, hacerles caso omiso. Porque había quienes decían que si te arrancabas las canas según te fueran saliendo, por cada cana que te quitaras te salían siete más, y ésas no se volvían a caer. Yo reconozco, aunque espero que no me lo tengan en cuenta los amigos del Facebook, que fui un poco avieso, no fui buen amigo, y lo que hice fue experimentar en la cabeza de otro. Y ávido el muchacho de encontrar la fórmula mágica, comenzó a arrancarse canas, pero los nuevos pelos no salían, y la cabeza se le estaba quedando como un bafle. Para que no exigiera responsabilidades, le dije que se lo tomara con humor, que no fuera negativo, que lo peor para el pelo era la ansiedad, el estrés, que se olvidara y que cuando viera que se le caía uno, cantara aquello de “¡algo se muere en el alma cuando un ‘pelillo’ se va!”, y hasta que siguiera cantando “¡no te vayas todavía, no te vayas por favor!”. Coño, pues le hice reír y nos fuimos calle abajo cantando “¡a mí me gusta el pipiribipipí con la bota empiná parabapapá…!”. ¡Qué tiempos aquéllos! ¡Qué felices éramos! No como ahora, que casi todo el mundo que te rodea está de mala leche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario