Los niños nos hacen pensar. No hay nada mejor que responder a sus preguntas y después analizarlo. Quien les habla mantenía una conversación por teléfono y el tema no era muy original. Se trataba de lo que están pensando los 47 millones de españoles menos uno, es decir, del rescate. Y ya es “jodido” que precisamente ése es quien lo tiene que decidir. Cuelgo el teléfono y uno de los sobrinos que pululan por casa me pregunta: “Tío, ¿cómo de grande es el rescate?”. “Como un dolor de muelas”, le contesto. “Jo, pues sí que es grande”, y se marcha a jugar. Así sería yo, de esa edad y con esas preguntas, cuando mi abuelo me contaba cómo le quitaban los dolores de muelas a los reclutas en la época del abuelo de mi abuelo. Recuerdo que me decía que entonces no había dentistas, sino sacamuelas, y que éstos eran designados a dedo: “tú, peluquero; tú, sacamuelas”. Y después de los primeros mareos, se acostumbraban y las sacaban con la ingesta de un lingotazo de coñac y ayudado por otros tres: dos que sujetaban los brazos al doliente y otro la cabeza, y el sacamuelas colocaba una de sus botas en la axila del infeliz, después agarraba las tenazas y tiraba con fuerza, con tanta fuerza que le arrancaba la muela y le destrozaba el sobaco. Hoy el profesional de Odontología no se parece en nada al sacamuelas de entonces. Lo primero que recibes en sus clínicas es tranquilidad y la muela sólo te la quitan si es estrictamente necesario. Pero perdonad, esto no tiene nada que ver, hablaba del rescate cuando le dije a mi sobrino “que era como un dolor de muelas”… ¡Vaya con el subconsciente! ¡Qué tiene que ver el dolor de muelas en la época de mi tatarabuelo, con los días que vivimos en estados de bienestar! ¿O sí? El rescate se puede negociar de cualquiera de las dos maneras: a lo bestia o con inteligencia. "¡Qué sabe nadie!", diría Raphael.
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