martes, 23 de octubre de 2012

Los enterradores

Con la crisis, no hay empleo que se resista, pero no hace mucho uno de los trabajos que nadie quería era el de enterrador. Había que cargar con el muerto y ése era un estigma que no había quien se lo quitara. Y no digamos lo que costaba casar a la hija de un enterrador. Las bellas criaturas tardaban tan poco tiempo en encontrar novio como en perderlos. Al final muchas se quedaban para vestir muertos, digo santos. Pero esto es paradójico en nuestro país, ya que quien conozca la manera de ser de un español y sus siete pecados capitales, pero no sólo de Fernando Díaz Plaja, sino los de todos, se dará cuenta enseguida de que España es un país de enterradores. Te puede enterrar la avaricia, la ira, la envidia, los celos, Hannibal Lecter, que por cierto está ahora de moda con el silencio de los corderos y su Contrarreforma. Sí, Contrarreforma, ya que éste era un estado de derecho y ahora, por lo que se ve, los derechos están embargados. Sin duda, aún nos queda la separación de poderes, con Montesquieu vivo, pero en este país de sepultureros, como digo, quién sabe hasta cuándo seguirá con nosotros. Quizá el día que desaparezca, para un@s ya sea demasiado tarde y para otr@s, la democracia no habrá dejado en ellos ni el más mínimo bronceado, con rapidez y  contento pasarán los días en trance escuchando los consejos de una resucitada señora Francis. Que esto sea una imagen de enterramiento pero que no ocurra nunca. Pido disculpas porque hoy escriba de manera melancólica, es verdad, pero tampoco lo hago contra nadie, sino en gallego antiguo y previendo, y esto siempre está lleno de juego de palabras.

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