No sé si era Chiquito quien decía aquello de “la vida está tan malita, tan malita, que si mi mujer se va con otro, yo me voy a vivir con ellos”. En la vida se pasa por momentos en los que después de haber sido despreciado tantas veces, terminas por sufrir el “síndrome de Estocolmo”. Esto le está ocurriendo a nuestro país, donde son mayoría las voces, por lo menos las que salen a la calle, que gritan la vergüenza de ser español. Hasta es posible que terminemos por interiorizarlo y, en caso de que Cataluña opte por la independencia, abandonemos España y nos metamos todos en los Països Catalans. Son tantas las bondades de las que el señor Mas hace alarde sobre una Catalunya sin España, a la que arrastra en la mochila, que todo el país debe estar cavilando la conveniencia de meterse en la rulot y empadronarse allí, por si acaso. Aquí se quedaría sólo Rajoy, que con su RL irá a la calle, y la deuda, puesto que el Rey también se vendrá con nosotros, ya saben el enfado que demostró con aquello de “españolizar”. Ser español es una vergüenza que lo ven hasta los niños catalanes de tres o cuatro años. Niños que no saben sumar pero están bien educados y dicen que “Mas es lo más” y que Cataluña –a la que el “tonto de Rajoy” (palabras de los “nen”) acaba de darle 5.000 millones– “sería quien gestionaría sus propios recursos e impuestos sin tener que darle nada a los invasores de América”. Un pecado que cometieron los españoles (¡ninguno catalán!) hace quinientos años y no se lo perdonan ni los curas, que son los más listos y ya se están acomodando y realizando cursos de “catalá” directamente impartidos por el señor Artur. Pero aquí nadie se escapa, y mucha culpa de lo que pueda ocurrir también la tienen los complejos ideológicos de todos los signos, que a duras penas se pronuncian por una España federalista o por algo que incomode al “President”.
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