Cuesta creerlo, pero si al final de esta pesadilla se confirma que el asesino fue el padre, el ser humano avanza un grado más hacia su propia destrucción. Pasamos de la maté porque era mía, a “los maté porque eran míos”. Pero tampoco creo que Bretón, el presunto asesino de los niños de Córdoba, padre de las criaturas, los sintiera como sangre propia, más bien los miraba como algo pétreo, como un misil prehistórico que desde su lugar de recreo clavaría de forma remota en el corazón de la madre. Ese lugar, paradójicamente, se llama “Las Quemadillas”, desde donde Bretón abrió fuego para inmolar a los niños ante un dios llamado diablo. No me disgusta la idea de la cadena perpetua para crímenes tan horrendos y, por supuesto, no soy partidario de la pena de muerte, pero sí soy enemigo de que hechos tan execrables vuelvan a ocurrir, y si para ello hace falta un examen para ser padre, esposo o persona, que se implante ya. La sociedad no puede desayunar, comer o cenar con un telediario en estas condiciones.
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