El acto de desafío a la pobreza sacando carros de comida de los supermercados no es más que un testimonio de lo que ocurre cuando quien gobierna no atina. Por supuesto que el hecho en sí es feo y no es plausible ni por los propios causantes, pero cuando faltan alimentos básicos para la vida, la solución está en matar el hambre recibiendo una ración de palos. Nadie, mientras pueda, debe esperar en casa que llegue la muerte por inanición. Y un gobierno eficaz debe reflexionar y no pensar en la mala imagen que estamos dando fuera, como ha dicho la secretaria del PP por Andalucía, eso, ya se sabe, es esconder el polvo debajo de la alfombra. La solución de cualquier gobierno, y más de quien tiene un electorado básicamente católico, apostólico y español, es hacer propósito de enmienda. Y no digo qué es lo que tienen que enmendar, puesto que ya cobran y comen por ello. Pero un hombre solo y desesperado sabe que lo más que le puede ocurrir es que lo manden a la cárcel y le den de comer, pero otro que no tiene biberones para sus hijos sabe que, si le detienen, entonces será peor, puesto que él comerá pero su prole se consolará con verle por televisión como un héroe camino de la cárcel. Y el niño se hará mayor. Karl Marx predecía esta lógica: “cuando un país hubiera alcanzado una fase avanzada de capitalismo, la sociedad se dividiría entre una pequeña clase de empresarios rica y políticamente dominante (la burguesía) y una ingente masa de trabajadores y desempleados (el proletariado). A medida que la clase de los desposeídos aumentara y adquiriera “conciencia de clase”, los proletarios organizarían la revolución y arrebatarían a la burguesía el control de la economía”. Evítenlo con medidas solidarias, que mientras exista el estado de bienestar todos amamos ser libres.
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