“NPG, NPG, NPG…, NPG, NPG, NPG… Televisores NPG…”. Hay que echarle un par para salir en televisión con 90 años y protagonizar un anuncio a golpe de palmas. Es un “descarao”. Por ley natural, quizá al Tony terrícola no le queden muchos años, pero antes de marcharse, este Tony quiere vacilarnos a todos. Y como genio que es, nos tenemos que aguantar; tan genio, que para comer se hizo tonto de carrera y tan buen estudiante fue, que terminó haciendo la tesis y el doctorado. “¡No-sa-jodío! –me dice el envidioso de turno–, Tony lo lleva en los genes. Su arte nace en el Museo del Prado”. Me quedo pensando y quizá éste no sea un envidioso y esté en lo cierto: el padre de Tony era conserje del Museo y su madre paseaba “el bombo” entre los espíritus de Rembrandt, Goya, Velázquez o Soroya; esto hasta que vino al mundo, después lo situaban delante de El Bosco a ver la tele del Jardín de las Delicias y allí pudo nacer el artista. Un artista nonagenario sin enajenar, pues los 90 años de Tony son como los 90 de Picasso, un cuerpo en la senectud atrapado en un cerebro de estudiante. Por otra parte, la última hazaña de Tony quizá sea resolver la crisis, pues ya se sabe que algunos la apaciguan con la jubilación del abuelo. Tony Leblanc fue un tipo muy fértil y en la actualidad, por la gran hilera que tiene de hijos a bisnietos, su familia será un reflejo de esta sociedad, con algún parado incluido. Y si eso no lo remedia Tony, no lo remedia nadie. Un ejemplo más de que hay que estimular el arte y la experiencia de muchos Tony para que no comiencen a desaprender. Si hubiera un Tony por familia se acababa con la crisis. Larga vida al intérprete de “Los tramposos”.
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