Por un instante, usted es ciudadano alemán y se encuentra en las postrimerías del siglo XX, en 1999 por ejemplo. Sitúese en Berlín, lo más alto que pueda para ver bien el panorama y juzgue usted mismo. Si en el horizonte divisa unos individuos que trabajan para vivir y no viven para trabajar, se morirá de envidia. Esto pasó en aquella época y lo rentabilizó el gobierno de Berlín desde Bruselas. En lontananza , la todopoderosa España de Felipe II, travestida de millonaria, compraba ladrillos a precio de oro. Se acercaron, tomaron el pulso y comprobaron que locos no estábamos, si acaso tomando cañas y ávidos de créditos para el consumo de menajes y electrodomésticos de importación. Así comenzaron a vendernos dinero y consumo. Los directores de bancos nos tiraban cacahuetes para que entráramos en las oficinas, estaban desbordados por el dinero que les llegaba de Europa para los “euromonos” Nuestra forma de consumo, tan compulsiva, que lo mismo se hacía uso de los préstamos para salchichas, que para la compra de un Land Rover con el que ir a la compra. Pero los tiempos cambian, y ahora, para que les devolvamos aquel dinero, el negocio está en dejarnos más dinero. ¿Hasta cuándo? Si de verdad nos quieren ayudar y construir los Estados Unidos de Europa, el cortafuego financiero sería sacar al mercado eurobonos solidarios, y para el otro gran problema, el del paro, que no nos vendan salchichas y chatarra, sino que industrialicen España y comiencen por León.
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