Una de las mejores armas que ofrecen las redes a quienes hemos entrado en el conocimiento de la Antropología Social es la posibilidad de acortar distancias con los semejantes, aunque éstos no tengan igual manera de expresarse. Y si no les aceptas como son, es mejor que no los mezcles entre tus amigos cercanos. Estar en Facebook, por ejemplo, nos proporciona un intercambio de culturas impensable hasta ahora. Si antes de la dictablanda de las redes una chica te hubiera dicho “mi amor”, esto hubiera significado una señal de “stop”; con “cielo”, curva a derecha e izquierda, o sea, una señal de peligro, y con “nuestras almas coinciden”, demasiado poético para un castellano viejo que sólo pretendiera ligar, por tanto, pondrías la máxima velocidad permitida. Como las chicas de aquí sólo hicieron uso de esas expresiones en la intimidad, ¿acaso tenemos que imponer nuestro criterio a quienes, a su manera, lanzan estas expresiones al viento y nos dan su amistad a 4.000 kilómetros de distancia? ¿Tenemos que perder su amistad por ello? Por supuesto que no. Todo mi aprecio a quienes con buen rollo llegan a mi Facebook y me aprecian o aprecian mis palabras al igual que yo las suyas. Aceptémosles tal como son, aunque ¡ojo! sin cambiar nosotros. No hagamos lo de aquél, que fue a México cuatro días y vino hablando mexicano. Mi cariño se lo di hace treinta y tres años a esta preciosa chica de la fotografía, con la que sigo igualmente enamorado.
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