viernes, 11 de mayo de 2012
Unamuno, único
Este fin de semana finaliza la Feria del Libro de Salamanca, pero no por ello el gran protagonista de esta edición, don Miguel de Unamuno y Jugo, vaya a echar el cierre a los actos que se seguirán celebrando por la conmemoración del 75 Aniversario de su muerte. Ahí estarán sus nietos, además del escritor Blanco Prieto y otros muchos intelectuales para que esto no ocurra.
Mi humilde contribución termina con una historia vitalista del Unamuno republicano: Finalizaba el verano de 1920 y aunque para todos comenzaba el otoño, para algunos iba a ser más desabrido. Este era el caso de Unamuno, escritor sabio comprometido con su fe republicana, que en una de las publicaciones con las que colaboraba, en este caso “El Mercantil Valenciano”, había escrito tres artículos por los que la monarquía se sintió ofendida y se querelló contra él, siendo así que la Audiencia valenciana pedía dieciséis años de cárcel para el polifacético intelectual vasco-salmantino. Unamuno recurrió confiado en su indulto y en su defensa se volcó la prensa republicana, especialmente el diario “El Liberal”, quien repitió los artículos en sus páginas como demostración de que no presentaban ningún peligro de desestabilización; aparte, también contribuyó la Unión Republicana de Madrid, quien protestó contra el “atropello de la libertad de pensamiento”, ofreciendo al entonces catedrático por la Universidad de Salamanca un puesto de diputado a Cortes por Madrid. Pero aquí nos interesa el pensamiento de Unamuno ante la tropelía. Así, al día siguiente de conocer la sentencia (19 de septiembre) el escritor publicó en “El Liberal” el texto que acompañamos con su firma y que reproducimos: “Cuando uno, por mal de sus pecados o por hado del destino, deja de pertenecerse, ha de resignarse a que le traigan, le lleven, le asendereen, y sobre todo a que se lea del revés y torcidamente lo que hay entonces en su conciencia. Acaso nadie odia más la exhibición que quien tiene que vivir en el escenario y en gran parte del escenario. Pero hay oficios que no cabe hacerlos a media y el de hombre público, en uno u otro respecto, es el primero de ellos. ¿Vanidad? ¿Ganas de dar que hablar? ¡Cuán equivocados están los que así piensan! Y qué goce el de verse solo, enteramente solo, poder uno reír con los que se ríen de él, y a la vez reírse de ellos. Con risa, ¡claro está! que es sólo espuma trisada y susurro de una ola de marina amarga”.
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