jueves, 24 de mayo de 2012
Euromania
Cualquier humilde jugador de bingo o de casino sabe que lo peor que te puede ocurrir es que pises un bingo por primera vez y “cantes”, o en el casino ganes a la ruleta. Sólo unos cuantos privilegiados no vuelven y disfrutan de lo ganado, el resto saborea el gusto y vuelve a probar suerte, y como todos no pueden ganar, quien pierde sigue apostando para recuperarse, “Bah, es una mala racha”, es decir, se arruinan por recuperar aquella primera entrada triunfal. En la política sucede un tanto de lo mismo: países de sangre caliente, Grecia, Italia, Portugal y España, pusieron mucha ilusión cada vez que solicitaban cartones al BCE y éste se los daba de manera incondicional. Aquello era un chollo. Se lanzaron a construir aeropuertos sólo para ponerlos en el currículum, sentían el orgullo de levantar más pisos que nadie, los museos se triplicaban en pueblos con pocos habitantes, y sin desmerecer a ninguno de ellos si no fuera porque el dinero salía del erario, se inauguraba, por ejemplo, alguno tan estrambótico como el de los orinales (dudo de su rentabilidad). Maravilloso. Vamos, que el dinero no era el problema, sólo había que entrar en el juego. Pero mientras esto ocurría hubo un país, Alemania, que estaba agazapado a las puertas de los salones esperando la salida de los países desplumados, a quienes ofrecía consuelo a cambio de injerencia en sus asuntos, que dio como resultado la ventilación de la basura y propició la pérdida de confianza de los mercados (basura existía, pero se podía haber limpiado de otra forma, no a costa de la esclavitud de sus ciudadanos). Hoy, Alemania subasta 4.500 millones de deuda al 0% de interés –con lo que los inversores recuperarán menos de lo prestado– y se la quitan de las manos el primer día de sacar los bonos. ¿Cuestión de confianza o astucia de Alemania?
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