miércoles, 30 de mayo de 2012

Don Quijote 2012

Ayer, mientras leía “El Quijote”, me quedé dormido y soñando. Era uno de esos sueños locos entre la realidad y la fantasía. Un amigo me preguntaba cómo era posible que a un banco le atracaran 23.000 millones de euros sin que nadie, excepto el valeroso caballero Rajoy, que los había puesto en nuestro nombre, se hubiera dado cuenta. Mi amigo era un poco espeso para los números y recuerdo que me decía que él llegaba hasta el millón de pesetas, y a partir de ahí se perdía. Intenté explicarle como si él fuera D. Quijote: “Imagine, vuesa merced, un pueblo de 23.000 habitantes, ¡que ya son habitantes!, y suponga que cada uno de ellos tiene un millón de euros (166 millones de pesetas) y a todos se les ocurre la misma idea: abrir 166 cartillas con un millón de pesetas en cada una, ¡que no está nada mal!, así tendríamos en ese pueblo 3.818.000 cartillas de un millón de pesetas cada una, es decir, leído de corrido: tres billones ochocientos dieciocho mil millones de pesetas; pero aquí viene lo curioso, mi señor, todo ese dinero desapareció por arte de birlibirloque”. “Rayos y centellas, ¿cómo es eso posible?”. “Mire, mi señor, cálmese que se lo explique: en cuanto llega un nuevo impositor, se le recibe con buen semblante y a continuación el empleado pasa al despacho del superior para hacérselo saber: –Aquí tiene usted a otro…. –¿Otro…? Esos tontos de los cojones qué lata dan, contesta. –¿Y qué hago, señor? –Pareces nuevo, cógele la pasta antes de que se arrepienta, ábrale las 166 cuentas y la pasta como siempre: al fondo común de la cúpula”. “Y la cúpula qué son, amigo Sancho, ¿molinos de viento?”, dice D. Quijote. “No, juro a vuesa merced que esta vez no son molinos de viento, son gigantes, mi señor”. (Dedicado en especial a quien suplantaría si pudiera en otro tipo de operación distinta a la bancaria).

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