martes, 10 de abril de 2012
En misa
En un gran templo salmantino, Domingo de Resurrección, el Evangelio lo predicó un párroco con cultura civil y religiosa, o sea, de manera sobradamente inteligente: “A Jesús lo bajan de la cruz, lo entierran, y al tercer día resucita, la gente cree que han robado su cuerpo y un ángel enviado por el Señor les dice que no lo busquen entre los muertos, que lo encontrarán vivo en Galilea, en Nazaret, o en cualquier parte, que lo busquen, que busquen a Jesús. Pero Jesús no se apareció al pueblo, sino a los Apóstoles”. Aquí ya comencé a retorcer para mis adentros: ¿Por qué siempre tiene que existir una clase privilegiada? No profundicemos en ello. Me gustó el modo de explicar del sacerdote y sus buenos consejos, pasando por la autocrítica de que la Iglesia ha cometido muchos errores, pero los cristianos también han sido perseguidos… Pero en esos instantes mi mente reposaba sobre el templo y fui haciendo mis propias conjeturas: ¿Se construiría hoy de forma tan perfecta? Lo dudo. Para trabajar así, hay que hacerlo por fe o por amor al arte. Los obreros hoy día salen muy caros y el hombre siempre trabajó mejor con hambre que con derechos. ¿Querrá Mr. Rajoy y la CEOE que volvamos a aquellos tiempos? En mi caso, “la vida se está poniendo tan malita”, diría Chiquito, que cuando me pasaron el cepillo para que echara unas monedas, en lugar de echarlas, me dieron ganas de cogerlas.
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