miércoles, 11 de abril de 2012

Aquellos años...

Tres eran los insultos que peor sentaban a los niños de mi época. El primero era “maricón”, después “cobarde”, y por último “cabezón”. Lo que se respondía al primero no se puede reproducir, porque las madres no tenían ninguna culpa, y este extremo se resolvía a puñetazos. Lo de ¡cobarde! se contestaba con ¡gallina! Y con ‘cobarde’ y ‘gallina’ se podían tirar todo un recreo en un insulso combate, hasta que un tercero salía al encuentro con “cobarde, gallina, campeón de la sardina”. Y lo de cabezón no sé qué extraña explosión generaba en el chaval a quien se lo decían, pues algunos no comían pan porque con el pan crecía la cabeza. Pero fuera como fuere, la comunicación fluía. Algo que hoy día se basa en “pásamela”, “dásela”, “no retengas el balón”, “tira arriba”, “gol, gol, gol…”. Abrazos y a comenzar de nuevo. Esta comunicación también se daba entonces, pero con una diferencia: que el partido lo jugabas en plena calle y allí saltaban cristales por los aires; al del ultramarinos le tirabas la fruta que tenía en la puerta, se la recogías y al cesto, no había ni un germen, pero había follón; con las viejecitas parabas el juego para no darlas y para no escucharlas, más por esto último, pues si les dabas, no veas cómo corrían detrás de la pelota para quedarse con ella “y se acabó el cachondeo”, pero comenzaban las rogatorias o las amenazas: “a su nieto le vamos a dar una paliza...”. Eran los años sesenta y principios de los setenta. Los mayores carecerían de libertad, pero los niños se lo pasaban en grande. Hoy, cuando termina el partido, a casa con los abuelos y rápido al messenger para hablar con los amigos.

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