sábado, 24 de marzo de 2012

Me hago joven

Tan joven, que cuando pienso si soy hijo de Dios o de Ogino, lo tengo claro: fui de “tantos hijos como Dios nos dé”. Pero a veces disimular la edad no puedo, y cuando me relajo y digo ser hijo de Ogino, los jóvenes ya no ríen y me doy cuenta que voy veinte años por delante, ya que en otra época, con decir esto, hubiera habido tertulia. Recuerdo cuando era pequeño que la frase del profesor era: “Contésteme sin mirar al libro”. Hoy se dice: “Contésteme sin mirar en Google”. Y a ver, sin mirar en Google, ¿quién “coño” sabe del tal Ogino? Perdón por la palabrota, pero por ahí va la cosa. Ogino fue un japonés que trabajó por donde los demás disfrutan, o sea, fue ginecólogo. Un ginecólogo inventor, a quien la Iglesia dejó de hablarle por haber descubierto un truco agenésico o “oginésico” para evitar el embarazo. Pero a mediados de los sesenta –yo ya había nacido para entonces–, ante el descubrimiento de la píldora, la Iglesia dejó de llamarle “truco” a ese invento y le llamó “método del ritmo ovulatorio”, vulgarmente conocido por “método Ogino”, única alternativa natural para controlar los embarazos. Pero aquello fallaba tanto –más vulgaridad– como una escopeta de ferias, y con su método, el señor Ogino consiguió ser padre de media Humanidad.

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