viernes, 2 de marzo de 2012
"El diluvio virtual", en el Ateneo
Voy a explicar cómo se siente un escritor después de pasar por el marco libre de un Ateneo en la presentación de su libro. En principio, rodeado de grandes escritores, poetas y amantes de la cultura, te ves como si fueras un ladronzuelo: los has atraído para conocer tu obra a pesar del tiempo, tan escaso, que es como un AVE del que no te puedes bajar en marcha. Abrumado por tales huéspedes, hay que cambiar el chip y, desinhibido, subirme a la carroza del “día del orgullo literario”. Un orgullo con lenguaje laico que emerge de los pecados de Díaz-Plaja, una autoayuda para desnudar el alma, como acertadamente entiende Toño Blázquez la tarea de escribir, y más, si cabe, la presentación de una obra. Esa es la gran deferencia que merece quien asiste al evento, entre los que también se hallan familiares y amigos. Pero sobre todo querría referirme al oráculo, es decir, al Ateneo de Salamanca, con el que he comenzado este artículo casi de soslayo, y el Ateneo, a pesar del lustre que le da tantos años de historia, es un lugar novísimo; tan de vanguardia, que hoy ha recogido el nacimiento de “El diluvio virtual” (Fernando Robustillo, 1953) y mañana volverá a ser joven al recibir a otro autor y otra obra. Un lugar que no se alimenta al calor de las Instituciones, y en estos tiempos de crisis, en los que se pide que cada palo aguante su vela, el Ateneo hace mucho tiempo que puso este aforismo en práctica. Los arbotantes son y han sido siempre sus socios, pero hoy algunos de ellos están sufriendo esta crisis y rescinden gastos. Por tanto, hacerse hoy socio del Ateneo es disfrutar de muchos actos culturales y a la vez servir de contrafuerte para que se mantenga en pie y sea un lugar donde los artistas sigan expresándose con entera libertad. Muchas gracias a todos: a los presentes y a los ausentes que me aprecian y leen mi trabajo.
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