domingo, 5 de febrero de 2012

El poeta de la Plaza

Me gustaría coger una “alcachofa”, situarme en medio de la Plaza Mayor y preguntar a todos los paseantes quién fue Remigio González. ¿Le recordarían muchos por su nombre? ¿El 10 por ciento, por ejemplo? Quiero ser optimista. Pero si pregunto quién fue “Adares”, a pesar de que su cuerpo fatigado ya ha pasado el tiempo de carencia que nos lleva hacia el olvido, seguro que un 50 por ciento de los asediados nos señalaría el rincón de la Iglesia de San Martín, y aportarían a mayores de que era un poeta que vendía allí sus libros. Cierto, él era Remigio González, “Adares”. Un poeta que nadie sabe si hubiera salido con nota de una tertulia literaria, pero el pueblo, todos los que le conocieron, le seguirán llamando “poeta”. Con “Adares” no hacía falta abrir sus libros, su porte era pura poesía, y suyos eran los versos que le pisó Cela por adelantado: “La Plaza Mayor de Salamanca. / La losa en el santo suelo, / la luna en el alto cielo, / la mano sobre la mano / y, en el aire, la palanca… de don Miguel“. Y eso lo adivinabas en sus ojos, en su figura, él se sentía Cela y Unamuno y para la gente esto era una obviedad. Había hecho de su profesión virtud, y creo que fue el último poeta que llegó a vivir de la poesía. Pero desde que pasó su tiempo, ningún otro ha ocupado tan preciado trabajo. Pocos darían el perfil para el puesto, que no sólo basta con un pañuelo de cuello, visera y barba blanca, sino tener aquellos ojillos profundos y vivarachos que a sus ochenta años le hacían ser joven entre los jóvenes del Corrillo.

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