lunes, 13 de febrero de 2012
El becario
En el mundo del trabajo a veces ocurren cosas tan raras como que la profesionalidad del trabajador es directamente proporcional al número de becarios que haya tenido. Quien haya tenido muchos becarios a sus órdenes siempre estará más reciclado que quien haya adquirido los conocimientos por correspondencia. Durante muchos años, desde el amanecer de las nuevas tecnologías, en más casos de los que la gente pueda suponer, los becarios llegaban a las empresas más a enseñar que a aprender. Aprendían a trabajar, eso es indudable, pues se les disciplinaba para que supieran adaptarse a unos horarios y a un ritmo del que carecían, pero en cuanto a enseñanzas, los privilegiados eran quienes trabajaban con ellos. Los “FP” traían conocimientos de refresco que inmediatamente eran absorbidos por los oficiales; conocimientos que éstos añadían al morral junto a los de los anteriores, y a la vuelta de quince o veinte becarios, que llegaban año tras año con la tecnología actualizada, se formaba un oficial bajo la supervisión del becario. Después de cada etapa, dichos becarios deambulaban como zombis dando traspié en el mundo del trabajo hasta que se les perdía el rastro, tanto que pocos meses después casi nadie recordaba su nombre ni su cara. Si acaso, un oficial recibía el saludo de un camarero que le preguntaba si se acordaba de él y como ni por asomo lo relacionaba con las nuevas tecnologías, le daba el disgusto de su vida. No había dejado ni la más mínima huella. Ese ha sido el fatídico destino del becario. Ahora que existen tantos oficiales engreídos de su gran abundancia de conocimientos, es hora de que fueran agradecidos a dos personas. Una, al jefe superior que les dio la Licenciatura por la Universidad del Dedo, y otra al abnegado becario, a quien la Ley de Ocurrencias Educativas le hicieron importante para siempre. ¡Yo preparé a oficiales, pero no sé por qué nunca tuve un becario!
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