lunes, 5 de diciembre de 2011

Muletillas

Para personas septuagenarias que vivieron una época en la que ocupaban las carreteras muchos más burros que vehículos, no debería existir ninguna dificultad para desentrañar ese dicho de “ponerle a caer de un burro”. Y por debajo de dicha edad todo el mundo entiende su significado y en su lenguaje lo emplean políticos, escritores, profesores y gente sencilla, es decir, que en los más apartados lugares se conoce su acepción, o sea, reprender hasta casi ofender. Pero la imagen metafórica que hizo saltar del hecho al dicho es exclusiva de los muy mayores, que no es otra que la que puede armar un borrico mal cinchado. Animales a los que se vestía con los aparejos cada mañana con todo un ritual. Así, escribo de memoria, aparte de la brida, se le colocaba una mantita antes de ponerle el sillín, el cual llevaba unas cinchas que se les apretaba a modo de cinturones. A continuación se le colocaban los serones, y todo era revisado y bien asido para que la montura no se moviese. Cuando alguien realizaba de mala manera ese trabajo de vestir al asno, esto era el origen de un “accidente de burro”. Y de aquí a “poner a alguien a caer de un burro” es fácil intuir el significado, o sea, desestabilizar a ese individuo. Son muchas las muletillas con parecido significado que vienen de épocas ancestrales, como “poner a escurrir a alguien”, metáfora perfectamente comprensible y que tiene su origen en la época del lavado a mano, cuando se escurría la ropa antes de ponerla a tender, y para ello se la exprimía dejándola como un ovillo, y parangonándola con el sentir, es fácil descubrir que poner a escurrir a alguien es abroncarle por su torpeza, y si se trata de reprender a varios, esto sería “no dejar títere con cabeza”, que es otro calificativo parecido. Y así seguiríamos encadenando refranes y dichos que son una sucesión de metáforas que se dicen sin pensar, sólo por costumbre, que forman el acervo de un idioma tan rico como el castellano, y que al soltarlos como si fuéramos papagayos, a veces llevan razón esos que señalan: “Tú no sabes ni lo que dices”, que trataremos otro día.

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