martes, 13 de diciembre de 2011

El árbitro

Hoy es martes y trece, y después de la tormentosa vuelta a la tierra por la ley de la gravedad de los guardiolas, necesito realizar más terapia, aunque lo haga sin nombrar “la bicha”, o sea, haber perdido contra los culés y en nuestra casa. Y para volver a mi estado natural pienso en cosas peores. Por ejemplo, yo estoy el viernes en mi casa, soy el árbitro del partido y sé que al día siguiente voy a tener a 100.000 personas en el estadio bramando contra mí y a un millón en la tele juzgando mis aciertos y desaciertos… Estoy seguro que me tiro las veinticuatro horas diciendo: “Por qué a mí, por qué a mí me tiene que tocar esto, ¿no había otro más tonto en el colegio?...”. Este sí que es un problema. Me recuerda aquel viejo chiste de un espectador que se quejaba amargamente: “Cien mil personas en el estadio, veintidós jugadores y un árbitro, y la ‘puta’ de la paloma me va a ‘cagar’ a mí…”. Ya es mala suerte. Hace poco en la Bundesliga, a la espera del comienzo de un partido, un árbitro llamado Rafati, intentó quitarse la vida en el hotel ante aquella tensión que le esperaba”. El apellido del árbitro viene a cuento para recordar la que armó aquel linier llamado Rafael en un partido del Zaragoza contra el Barcelona, que en lugar de apaciguar los ánimos los encendió. Se le acercó el árbitro y Rafael le espetó: “Penalti y expulsión”. El árbitro, contrariado, le dijo aquella frase que fue recogida por los micros de ambiente y se hizo famosa en el mundo entero: “Rafa, no me jodas”. “¿Expulsión de quien?” Y el bueno de Rafa le dio el nombre de un jugador que estaba en el otro extremo del campo y que ni siquiera había intervenido en la jugada. Esto sí es tensión. El árbitro de la Bundesliga está fuera de peligro y la vida continúa, pero a partir de ya, mucha calma, que el fútbol ni siquiera es nuestro deporte, puesto que lo practican veintidós millonarios… Es simple y llanamente un fabuloso espectáculo.

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