martes, 18 de octubre de 2011

Talleres literarios

Recientemente unos amigos más bien ácidos, pero con sentido del humor, me enviaron una invitación para disertar sobre talleres de escritura, y como hace tiempo que deseaba hablar de esta puerta de entrada en lo literario, mi gratitud a ellos por el recordatorio. En general, un taller de literatura es un lugar donde el lenguaje se respira y se expira, un sitio donde uno entra para aprender y para enseñar, todo a la vez. Y afortunado el alumno más aventajado, en este caso el profesor, que será ave de pico y de pluma. El pico para crear el clímax que despierte las palabras de la infancia, y la pluma para no perderlas. El profesor diez no existe, ni siquiera lo es el Sr. Google, y los escritores están divididos por estratos. En la base se encuentra quien sabe hacerse entender, con esto basta, y en la cumbre está el Príncipe de los Ingenios. Siendo así que el aficionado o profesional de la escritura va alcanzando niveles como “elos” en el ajedrez, hasta llegar a Cervantes, donde nunca se llega, porque El Quijote ya está escrito. Pero al hablar del Príncipe hemos sacado una característica esencial en un escritor: el ingenio. Si se carece de ese don, es mejor ser buen lector, seguidor de poetas como Serrat y Sabina, que ser un escritor aburrido. Aunque todo el mundo tenga derecho a dar su opinión y para eso están los 140 caracteres maravillosos. Pero me retrotraigo para decir que no es casual que haya nombrado a esos dos atletas de la palabra como son Serrat y Sabina. Al primero, cierto día se le marcharon las musas de vacaciones y oteándolas en el horizonte, con sólo su ingenio, compuso una de las más bellas canciones de nuestro tiempo, y diría la mejor si no tuviéramos a Sabina, quien crea poemas de violeta o de tiramisú de limón admirables. Pero hablábamos de los talleres de escritura y no quiero perderme. Estos parques literarios no han surgido para destronar al escritor autodidacta, ni es su pretensión ni lo conseguirían nunca, pues quien está convencido de que ha nacido para escribir y tiene cierta edad, jamás pondrá en riesgo su frescura para llegar a los templos de lo literariamente correcto. Es más, Cervantes ni siquiera fue a un taller de informática, ¿y cuántos de los escritores actuales ejercerían esta aventura de escribir sin un esclavo portátil a su servicio? Muy pocos. Como resumen, en los tiempos actuales los talleres literarios son una buena práctica para pasar acompañados la travesía del desierto, pero no con carácter retroactivo; no hagamos volver a clase a quien llegó a la literatura con un manual de instrucciones y sin tiempo para derrochar.

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