martes, 11 de octubre de 2011
Marido y mujer
Ya son Cayetano y Alfonsa, tanto monta, ya están de luna de miel en el “Hola”, “Hello!”, “Oh La”, “Pronto” y cientos de sitios donde tienen reservado unos “a-dos-ados” que darán la vuelta al mundo con la pareja. Tampoco es la primera vez que escribo sobre la Duquesa y, como siempre, bien, no tengo otro motivo, con lo que me embargan suficientes argumentos para poder decir que yo me he reído con doña Cayetana, llamada así de soltera, pero jamás me reí de ella. Nadie puede reírse del talento, y la Duquesa ha tenido que llegar a los ochenta y medio para que se le reconozca. Hasta ha sabido pincelar su vida como Leonardo a La Gioconda. Y ha sabido salir indemne de la galaxia de los personajes “frikis” donde la quisieron emparentar con Paqui La Coles o Eva La Farranquilla, por ejemplo; juguetes salidos del paritorio “telerrisivo”. “¡Qué me dices!”. Sí, pero nadie puede ni ha podido nunca con ella. La Duquesa hace su autorretrato y saca un Goya y le hace una foto a Alfonso y le sale un Picasso. Don Quijote, el idealista, el aventurero, el generoso, el hidalgo, tomó por escudero a Sancho Panza, el materialista, a quien le hubiera gustado echar raíces en la primera venta. La Duquesa fue más allá, se echó como escudero al mismísimo Don Quijote, a quien lo ha investido su caballero andante. Todo un señor que se distancia de las plumas con balas y de vez en cuando le sale un cuco en su sonrisa. Él sabe como nadie que su mujer no es fea. A su edad ninguna mujer es fea. Y además, si están lúcidas y embellecidas por la lucha en mil batallas, entonces da gusto oírlas, da gusto verlas, y en el caso de la Duquesa daba gusto admirar cómo en el feliz día de su boda bailaba con sus gentes como una moza. No podía ser más auténtica, y en "zevillano”, con la gracia de un Durán i Lleida, su pueblo le decía “¡guapa, guapa y guapa!”, como si fuera la Virgen del Rocío. Mucha vida tengáis por delante, pareja.
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