sábado, 4 de junio de 2011
Martha Rivera
Martha no es una profesora, es el mismísimo ángel de la guarda. Qué maravilla. “¡No tengáis miedo!”, les decía a la prole de la guardería con la mesura que caracteriza a las mujeres de esas tierras. “¡Mi amor, colocad la cabecita sobre el piso!”. Las balas silbaban desde el exterior y retumbaban dentro de la guardería como si el ruido se originara allí dentro. Estamos en Méjico, dos bandas rivales se enzarzan a tiros y el duelo se salda con cuatro muertos. Los niños siguen tumbaditos en el suelo y la voz de la profesora, tan dulce, “¡mi vida, corazón!”, lo acalla todo, es como una tierna milonga, curiosa paradoja, más audible que el estruendo de las pistolas. Así es como quieren los niños que se les hable. Las voces de las balas son de barítono y las criaturas no las entienden. Más disparos y más inspiración para una profesora, o mejor dicho, para una madre, que es lo que era en aquellos instantes. “¿Cantamos una canción? ¡Vamos a cantarla!, les decía: ¡¡¡Si las gotas de lluvia fueran de chocolate…!!!”. Todos los niños seguían a su profesora. ¡Qué maravilla! No es un tópico decir que esto nos reconcilia con el ser humano cuando le ves tanta grandeza. Si he dicho que no era una profesora, sino una madre, ha sido porque aquello lo vivía yo de pequeñito en cada tormenta, cuando mi madre nos acurrucaba en aquella España rural de los cincuenta y por nosotros hacía silenciar hasta a los truenos. Ahora veo que no ha cambiado nada, o sí, un matiz para algunos importantes y para otros sin importancia, ya que entonces no se cantaba, se rezaba: “¡Santa Bárbara bendita, santa de mi devoción, dulce Jesús de mi vida, misericordia Señor!”. Son cosas que no se olvidan y son propias de una madre como la mía, una madre diez que el día nueve va a cumplir ochenta, ¡y para qué decir más, si éstos aún no los representa! Las madres no han cambiado, sólo han cambiado los tiempos. ¡Felicidades, mamá Dolores! ¡Chapeau, Martha!
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