Dos horas de retraso sobre el horario de salida fue la
consecuencia de una enorme tormenta que, literalmente, caló hasta el maletero
del avión cuando salíamos de Barajas. Pero nuestro viaje a Atenas, en el que íbamos
cinco de familia, no comenzó accidentado, sino con la prudencia necesaria hasta
que amainara el temporal. Hecho éste que acrecentó los pensamientos negativos
que asaltan al grupo de humanos a los que me enorgullezco pertenecer,
individuos que de manera sonora o callada aplauden a los pilotos cuando
terminan los vuelos. Y como nos dirigíamos a Atenas, allí, en aquel avión,
quería yo ver a aquellos aqueos, atenienses, espartanos o dorios, tan
guerreros, subidos nada más y nada menos que a diez kilómetros de altura y a
una velocidad de novecientos kilómetros/hora. Las estadísticas respaldan al
avión como el medio de transporte más seguro, pero yo no dejo de pensar que
cada vez que entramos en esos aparatos terminamos por caer en una inconsciencia
transitoria.
Al llegar a Atenas, ocurre algo tan natural como si
estuviéramos en la Puerta del Sol de Madrid o en Las Ramblas de Barcelona, el
peligro llega por tierra. Tomamos el metro hacia nuestro destino y cuando
realizamos el transbordo para tomar la línea de Acrópolis, un equipo bien
entrenado de carteristas nos empujan hacia la zona más concurrida con el deseo
de desplumarnos. Un “¡cuidado!” rápido de mi hermano nos puso sobre aviso
cuando alguna cremallera de bolso ya estaba entreabierta. No faltó ni un euro,
pero como experiencia fue una suerte de
que aquello pasara sin que nada llegara a suceder. Como aviso para viajeros,
por el síndrome de mente desconcertada en ese momento, es un lugar idóneo para
raterillos.
A partir de aquí, ninguna incidencia que reseñar. Todo
transcurre de la manera prevista y, se me olvidaba, de las cinco personas que
formábamos el grupo podíamos presumir de un 20 por ciento de inglés (o sea, una
integrante) que no está nada mal porque supera la media porcentual de los
españoles. Esto lo digo para recordar que aquellos deseos de plantar un árbol,
escribir un libro y tener un niño se han visto ampliados con dos más: aprender
inglés y morir flacos. Este último requisito se cumple muchas veces, con lo que
no sé si será una solemne tontería que lo digamos, pero actualmente se invierte mucho para "vivir" flacos y, sin embargo, a la hora de degustar comidas no paramos en raya. A
propósito, no dejen de comer los típicos giros,
que los sirven deliciosamente en Baikaptaris, un establecimiento que se encuentra situado en
la plaza de Mitropodeos. De nada. ¡Y
vengan a Grecia!
Hoy, como título: "Desde Atenas".
En www.salamancartvaldia.com tenéis mi artículo de hoy martes, 16/6/2015.
Acompañadme:
Hoy, como título: "Desde Atenas".
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