Si no fuera por las mujeres, el mono desnudo aún no sabría
qué ponerse. No es mi caso, pues a mí no hay cosa que más me guste que ir de
compras. Impagables esos momentos en los que te preguntan por las manoletinas. “Cari, ¿te gustan?”. ¡Cómo no te van a
gustar! No lo dudas. ¿Qué digo yo? Nunca habías visto unas manoletinas como
aquéllas. Y no muy bien has salido del establecimiento, cuando te vuelve a
preguntar: “¿Tú crees que me irán bien
con los pantalones fucsia?”. Ahí te das cuenta de las deficiencias de tu
cerebro. Han pasado cinco minutos y ni siquiera recuerdas el color de las
dichosas zapatillitas. “Sí, claro, el
negro combina con todo”. Miras su cara de sorpresa y ¡me cachi! que has
metido la pata. “Pero cariño, si he cogido
las de color melocotón. ¿Te gustaban más las negras? Volvemos y las
cambiamos…”. Tú gritas: “Noooooo. Es que me he equivocado. Me
refería a ésas”. Y de allí pasas a una tienda de bolsos que está en la otra
punta. Y jurarías que en la tienda de zapatos también había bolsos, pero bueno,
era aquí donde ella los habías visto con anterioridad. Este es el momento en el
que te acuerdas del Príncipe Carlos de
Inglaterra para echarle un pulso, y si él ha soportado la compra de los centenares,
¡qué digo!, miles de bolsos que le hemos visto a Doña Camila, ¿cómo tú no vas a
estar a la altura? Dispuesto a lo que haga falta. Escuchas: “Éste me combina muy bien con el traje
beige que me regalaste”. Haces memoria y no recuerdas tal traje. Es otra o
la misma deficiencia que se tiene en casos parecidos. Sabes que has asistido a
compras en las que te han dicho: “El
señor puede pasar por Caja”, pero nada más. Ella insiste: “Dime, cari, ¿no ves tú que el bolso me
puede combinar bien con ese traje?”. Tú no quieres que se demore más la
compra y contestas: “Sí, sí, por
supuesto”. Miras la etiqueta y te da por decir lo que se dice en época de crisis:
“En las rebajas de enero lo tienes a
mitad de precio”. Pero… ¿Por qué dices eso, calamidad? Si ese es un momento
que se ve venir: “¡Qué saborío eres! No
sé cómo voy contigo de compras…”. Así que una vez puesto, para qué ser
sencillo, déjate llevar y visita más tiendas. Además, para entonces ya te habrá
dicho: “Quiero que te compres algo, me
da vergüenza la manera cómo vas”. Hasta que llega la noche y en sueños se
te aparece la cara del banquero, que es como la cara del hombre del saco en
versión de adultos, y te puedo asegurar que pasarás mucho miedo. Y, como
conclusión, menos mal que llevo a gala mi alejamiento de cualquier tic machista
se halle donde se halle, pero voy a decir la verdad: me tenéis que entender que
no me guste ni ir de tiendas ni ir de compras. Mi admiración a esos hombres
pacientes como don Alfonso de Alba,
marido de la Duquesa, un hombre que tiene que saber de bolsos tanto como el
señor Vuitton, pero yo no. Es más, me disperso de tal manera que, aun cargando
con las bolsas, soy como una pavesa sostenida por dos zapatos.
En www.salamancartvaldia.com tenéis mi artículo de hoy martes.
Acompañadme:
El título: “Qué Pablo queréis”.
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