La semana pasada se celebró en Madrid la Marcha del Orgullo
Gay. Y, con todo respeto, el mundo entero sabe que no se trata de una fiesta,
sino de un auténtico carnaval. Y como mi opinión es objetiva, siempre he
defendido con vehemencia que los derechos de las minorías son inseparables de
los derechos humanos, aunque en algunos casos estas minorías sean mayorías, como,
por ejemplo, cuando se trata de las mujeres.
Pero con el desnudo siempre se pierde. El feminismo ha
estado a la vanguardia de la igualdad de la mujer. Ahora grupos como “las
femme” es posible que consigan una atención mediática pero con ellas y sus
desnudos no será fácil identificarse. Esto mismo le ocurre al gay desnudo.
Recientemente, en la televisión norteamericana Venevision me
llamó la atención un programa en el que se trataba de identificar, en una rueda
de invitados, quién de los presentes era homosexual.
He de decir que desde el sillón de mi casa las personas más
estridentes y de mayor estética homosexual eran, sin ninguna duda, los
auténticos homosexuales. Sin embargo, dentro del programa, surge un espectador,
con gran parecido a Adriansens, que señaló, sin temor a equivocarse, quién
realmente pertenecía a la comunidad gay y quiénes eran unos impostores. La
respuesta la recibía desde los ojos del homosexual a los suyos: “Esos ojos no
pueden equivocarme”. Y acertó. Algo que me sugiere que si los homosexuales más
serios se reconocen por los ojos y existe libertad, ¡a qué vienen tantas
carrozas y bambalinas!
Es más, pienso que muchos “heterogay” no han destapado su
sexualidad y les gratifica más dejar su estado así que, como vulgarmente se
dice, salir del armario y entrar en la vorágine. Y también al contrario,
heterosexuales que han entrado en el mundo gay por una discriminación positiva.
Sobre esto último hace unos años conocí a un peluquero
heterosexual de los de toda la vida que se encontraba sin trabajo, y harto de
aquella situación, cambió de ciudad, se tiñó el pelo, realizó un curso de
modales gay ante el espejo y salió del paro. Además, se casó con una clienta y
hoy tiene un niño.
Mi explicación ante este último ejemplo es que el mundo gay
permite la entrada a quienes muestran sus iconos aunque sus ojos sean heterosexuales.
O sea, la otra versión del “yo soy lesbiano” de José Luis Sampedro. Todo sin
ánimo de molestar.
Vea mi nuevo artículo de los martes en http://salamancartvaldia.es/col/177/fernando-robustillo/
Hoy titulado: "Rey Felipe VI y último"
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