Esto me lo decía un amigo restaurador referido a las cada vez más divertidas veladas de los clientes que acuden a cenar a su restaurante.
Un día cualquiera:
–Buenas noches ¿Son ustedes tres parejas, verdad?
–Sí, ayer reservamos por wasap a nombre de Pepe.
–Ah, bien, ahora miro.
–Efectivamente, aquí lo tengo.
–Por wasap, mediante el código QR, han accedido a la web del
restaurante y han hecho la reserva y el listado de su menú (vinos, platos
postres…).
No era necesaria mayor comunicación.
En el momento de servir, como buen profesional, mi amigo no
quiere importunar y apenas se atreve a preguntar para quién es cada plato. No
obstante, uno de los comensales está al loro y le va señalando con el dedo su
distribución. Todo a punto.
Mi especial camarero se quedó con la servilleta reposada en
el antebrazo mientras observaba. Eran tres chicos y tres chicas que se lo pasaban
a lo grande: sonreían, hacían muecas, fruncían el ceño… sin para nada cruzar
una palabra entre ellos. Todos tenían un wasap y quizá por ello la comunicación
debía ser mucho más divertida. Pero mi amigo no dejaba de pensar para qué se
habían reunido a cenar y si se cruzaban mensajes entre ellos o con gente de fuera.
Pero mejor no pensar que eso va contra el negocio. Él estaba allí atendiendo el
servicio.
Ahora me deja a mí el papel de reflexionar. Pienso que con
este invento ya nada va a ser igual. ¿Se acuerdan de Gila cuando cogía el
teléfono para llamar a la guerra? “¿Son los Estados Unidos? Que se ponga el
encargado… Somos el ejército enemigo, dice nuestro capitán que hagan el favor
de dejarnos unas balas hasta que recibamos un pedido que tenemos hecho”. ¿Recuerdan
que reíamos todos?
Hoy, con el wasap, a Gila le bastaría con deslizar los
dedos, pero nadie reiría. Se acabó la risa. ¡Viva la sonrisa!
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