¡Lástima!, señora secretaria general, ahora que España comenzaba a despuntar y nos visitan los hombres de negro, éstos se han quedado pálidos con lo que ocurre en nuestro país. Leyeron la prensa en el avión y ya querían darse la vuelta.
-“¿Hacia dónde vamos, herr? ¿En qué manos vamos a dejar estos maletines, dime?”
-“Me temo que no los vamos a dejar en manos de nadie, sino en los bolsillos de unos cuantos”.
“¡Disimula y cuidado con la cartera!”.
Mientras, en tierra, el presidente preparaba su discurso para el pueblo con acuse de recibo para Europa.
-Vamoss a ver, señora vice, escucha y dime si esto queda bien: “Señorass, señoress: No passa nada. Si acaso, que Luiss Bárcenass ha querido investirse como el Diego Torres de nuestro partido al igual que Diego Torres ha querido ser el Luis Bárcenass de la Corona ”.
-“Bien, bien, señor presidente, con eso nadie se va a enterar de nada y menos lejos de nuestras fronteras. Ahora meta usted lo de inteligente”.
-Ah, ssí: “…Estos celoss entre profesionaless de la política son un gran peligro para la democracia, pero no lo van a consentir porque los esspañoles son muy inteligentes…”.
-“Bien, bien. Ahora diga lo de la mayoría”.
Ah, ssí: “…Y nos disteiss la mayoría porque confíasteiss en nosotross. No os defraudaremoss. Las cuentass están limpias…”.
-“No, no, no diga limpias, que se interpreta torcidamente, diga claras, están claras”.
-Sí, eso: “…Están clarass, diáfanass, transparentess y libress de toda sospecha”.
-“Así, así, señor presidente, Ahora déle fuerte al calvo”.
-Sí, sí: “… Pero la culpa no la tiene sólo el Sr. Bárcenass, una persona con pelo, sin complejos, con posibless, sino ese astuto roedor, calvo y desaliñado, que me tiene envidia y le ha comido el tarro a don Luis”. “¿Qué tal, señora vice?”.
-“No sé, señor presidente, hay que ensayar más”.
-“Es que no tenemos mucho tiempo, los pringaíllos de Europa están a punto de llegar”.
-“Bueno, señor presidente, les quitaremos la traducción simultánea y no capiscarán nada”.
En el exterior de Palacio sonaba una rondalla y seis parados, uno por cada millón, coreaban la palabra “dimisión”. Y yo, que a Dios gracias tengo trabajo, tatareaba aquellos versos que decían: “Sólo le pido a Dios, que lo injusto no me sea indiferente…”.
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