Ahora que el Espíritu Santo está bajando a la Tierra para nombrar un nuevo Papa (no sé si decir que viene en forma de paloma por si se lo cargan) debería hacer parada en España, que no es poco el trabajo que tiene pendiente. En principio, debería comenzar a posarse en una de cada diez cabezas (ya lo dijo el poeta: “En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, aunque le faltó decir “piensa… mal”), y como tal cosa sería un trabajo agotador y llegaría tarde a Roma, yo le propondría que lo hiciera por instituciones, comenzando por la Corona, donde iluminaría a uno y los favores divinos serían recibidos por cien mil (pero no piensen mal, que no se trata de comenzar por S.M., que ya pidió perdón aunque sufra ese viacrucis de que no quieran perdonarlo); de allí, el santo espíritu debería pasar por La Moncloa, y si los pilla a todos reunidos, su intercesión limpiaría a dos millones de presuntos corruptillos entre familiares y amigos; después iría a la Carrera de San Jerónimo y al Senado, pero no entrando como Pavía con su caballo, sino con su buen hacer: enmendando la plana a otros dos millones. Total, cuatro millones cien mil extraviados que en un pis-pas dejarían esa senda de los renglones torcidos. Pero aún nos restan cuatrocientos mil más por iluminar, y ahí los tenemos a ellos con el puro y el sombrero, o sea, la tercera trinidad española, quien estaría encima de la tele junto al toro y la gitana, ya os habréis dado cuenta que hablo del banquero. Pero si esto conlleva un enorme esfuerzo para el Espíritu Santo, no le vamos a encargar encima la ardua tarea de que presuntamente expliquen todos dónde está el dinero, y menos que consiga que lo devuelvan. Bastante tiene que arreglar el santo en el país de Berlusconi como para andar con nimiedades aquí. Además, ya quedó escrito en la Biblia: “Más fácil será que un elefante entre por el agujero de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Por tanto, que disfruten ahora, que ya llegarán los ayes y lamentos.
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