Adolfo Suárez cumple hoy ochenta años. Paradojas de la vida, Suárez perdió su memoria para gloria de la memoria colectiva. Nadie sabe si la enfermedad que lo tiene a la sombra tendrá algo que ver con el aterrizaje que, como un satélite, sin esperarlo, cayó en medio del hervor del país a la muerte de Franco. UCD tenía un programa, pero el mejor programa de UCD era él. Su talante, talento y carisma convenció pronto a la mayoría, y en algunos casos con una sola frase: “yo quiero elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es normal”. Y esto lo entendió casi todo el mundo. Se daba la paradoja en la vida cotidiana que personas socialistas lo eran de Felipe, Tierno Galván y de Adolfo Suárez (futuro, calidad y equilibrio, respectivamente). No así entre la clase política y el centenar de partidos con respetables ambiciones de influencia, que tuvieron en Suárez una auténtica diana. Recuerdo aquellos primeros momentos del cambio que, en la opinión de los principales medios, la izquierda no se concebía más allá de don José María de Areilza, que al fin y al cabo era un político de derechas. El PSOE era una utopía y el PCE ni siquiera estaba legalizado ni se le esperaba. Aquel joven político, ministro con Arias Navarro, comenzó a granjearse simpatías y al final, propuesto por el presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda, en una terna junto a dos pesos pesados, el Rey eligió Presidente de Gobierno a Adolfo Suárez, ante el estupor de historiadores como Ricardo de la Cierva, quien escribió un artículo en la Prensa con el título “Qué error, qué inmenso error”. ¡Qué error el suyo, don Ricardo! Felicidades, don Adolfo.
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