miércoles, 18 de julio de 2012

No hay prisa

No son pocos los sobresaltos que les da la ciencia a sumos sacerdotes, profetas, chamanes, anacoretas y demás divinidades que con los pies en la tierra apuestan por la felicidad eterna. Si estos días el bosón de Higgs ha venido a incordiar la paz de los dogmáticos, no es menor lo que ocurre en Atapuerca, que excavan y excavan y el alma no aparece, sino al contrario, aparecen simios y homínidos muy parecidos a nuestra especie. A esto hay que sumar los estudios de los forenses, que diseccionan cuerpos de ateos y creyentes y son dos clones, no encuentran el alma en estos últimos. Pero no hay que perder la esperanza, ya que Dios existe puesto que el diablo existe seguro y es muy fácil reconocerlo. El alma se intuye y los más próximos a ella, más que los teólogos, son los poetas, que la portan en su equipaje, puesto que el alma la necesitamos para vivir, no para morir. Y está en la tierra porque está en el vino y sabe a puro cielo en un taco de jamón, en una cerveza bien fresca, en la salud, en el amor, en el humor y hasta en el maldito dinero, aunque con restricciones: contóme una vez un ángel que, en cierta ocasión, subió al cielo un billete de 500, y san Pedro, la primera cabeza visible de la Iglesia, no lo conocía y no le dejó pasar, lo mismo hizo con los de 200, 50 y 20, y cuando llegó la calderilla, dijo: “Venga, todos para adentro”. (Lo siento por los de la Catedral de Santiago, porque allí el electricista ramplaba con todo).

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