Érase una vez un insensato super-ratón muy astuto que se alió con un privilegiado grupo de super-ratones para echar a todos sus congéneres de la ciudad. Lo consultó y aquéllos le apoyaron. Sólo existía un problema, que el poder estaba en manos de los gatos. Entonces puso en marcha una estrategia y consiguió que el futuro alcalde de la ciudad, un gato acomplejado, realizara el trabajo que ellos, como super-ratones, no podían realizar. Su primer logro sería conseguir un micrófono en una emisora y desde allí comenzar a lanzar indirectas como sólo un Gila sería capaz de hacerlo (“po’yo sé de un gato que cuando llegue a ser alguien no va a tener agallas ni para cargarse a un ratón, con todos los que hay para tan poco queso”, “mucho tiene que cambiar un blandengue que yo conozco para que ponga en orden esta ciudad”). Así durante años. Y claro aquello no había gato que lo aguantara. Y aunque se contenía y no respondía a las insinuaciones, la música la llevaba por dentro. Hasta que se enteró que la sátira había pasado a mayores y ya le llamaban “maricomplejines”. ¡Y hasta ahí podíamos llegar! Bien sabía el super-ratón que aquello iba a ser definitivo. El gato ganó las elecciones por mayoría y enseguida compró un matarratas RL para que se enterase aquel super-ratón (por cierto, inmune al matarratas) de lo que él sería capaz de hacer con los ratones. El super-ratón se partía de risa, pues veía que tocado el gato en su amor propio terminaría por comprar raticidas de todas las marcas y hacer lo que él quería. Así lo hizo y fue detrás de quienes se escondían en la Hacienda, en las cajas de medicamentos, debajo de los pupitres, en la nómina del turrón y en otras partes, pero la inmunidad de los super-ratones no la pudo tocar. Éstos cogieron el dinero de todos los que no aguantaron aquellas pócimas y los metieron en Bankia. Ahora el gato y los super-ratones se dan cuenta de que han liado una muy gorda, pues el escándalo es la comidilla fuera de las fronteras y aunque lo decían sólo en privado, terminaron por alabar lo bien que administraba la crisis el ZaPe con aquella musiquilla tan suya de “Ratolandia va bien”, que no asustaba ni la mitad a la prima que llevaba la recudación a la Bolsa.
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