martes, 31 de enero de 2012
¡Cien días!
No sé por qué me da la impresión de que a nuestro presidente, Sr. Rajoy, le van a llamar la atención en Europa. Es tal su deseo de hacer tabla rasa en el mundo del trabajo, que se sale por arriba. Un día de éstos, alguien con un poco de cordura dentro de la UE, le terminará por decir: “Sr. Rajoy, tampoco era eso. Se ha ‘pasao’. No le pedíamos tanto”. Si no acepta siquiera los acuerdos entre la patronal y sindicatos, usted tiene nostalgia de aquel registrador de la propiedad que lleva dentro y está por la labor de registrar a todo el país a nombre de los alemanes, franceses o griegos. Quizá necesite mesura, cariño o aquello tan fisiológico que le aconsejó Felipe González a Solana para que se aplacara y bajara el ritmo. La realidad es muy cruda, es verdad, pero no se puede ir por Europa colocando la venda antes de la herida – “¡no veáis la huelga que me van a hacer!”–. No lo diga así, porque infarta a los de aquí dentro, que ya no estamos para muchas, y acojona, con perdón, a los de fuera, porque invertir en España puede que encierre mucho peligro. Discúlpeme, Sr. Rajoy, no debo decirle más porque usted no ha cumplido aún esos cien días de cortesía, pero yo pienso que con su política de austeridad, olvidando las acciones de los banqueros y fijando todos los males del país en los pobres trabajadores, cien días pueden ser toda una eternidad para poder cargarse el estado de bienestar y el de malestar, o sea, dejarnos sin estado. Por ello, me he permitido recortar –usted comenzó primero– esos cien días y realizar estas reflexiones, que por supuesto están dentro de la cortesía.
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